Haciendo uso de mi memoria (más
bien mala) intento recordar como era el tratamiento de la salud e higiene en mi
infancia y adolescencia.
El colegio y la familia siempre
estuvieron vinculados, en algunos aspectos quizá menos que en otros, pero se
buscaba llegar a fines comunes por el bien de los niños. Respecto al tema que
voy a tratar se daban charlas para los padres o se comentaban estos temas en
las tutorías que se hacían en grupo o si algún niño necesitaba una atención
individualizada se tenía una tutoría personal con el niño y la familia.
En mi hogar, y como supongo que
en la mayoría, me enseñaron que antes de cada comida hay que lavarse las manos,
que después de comer hay que cepillarse los dientes y que una vez al día hay
que bañarse. Todo ello, junto con otros momentos como recoger después de jugar
se implantó en mi vida como una rutina más. En casa bajo la supervisión de mis
padres las realizaba todas si no quería tener un castigo o que ellos se
enfadasen conmigo. Mis padres me han enseñado unos buenos hábitos de higiene y
salud, pero eso no evitó, como era de esperar, que cogiese las enfermedades
típicas de la edad como la varicela y muchos años he tenido catarros y gripes,
unas más fuertes que otras, así algunas de las veces he tenido que reposar en
casa y otra simplemente tomar los antibióticos e ir al colegio en el horario
normal. En mi infancia he tenido la “enfermedad del beso” y ello hizo que
durante unas semanas no pude jugar en el patio ni hacer gimnasia para evitar
que me cansase y que pudiese ser más grave, pero si mal no recuerdo apenas
perdí días de clase por ella.
En el colegio se trata de
distinto modo la higiene y la salud en la clase principalmente, ya que no
realizamos ninguna de las comidas del día (desayuno, comida, merienda y cena)
en ella. Los hábitos de higiene y salud a implantar eran otros, como por
ejemplo lavarnos las manos antes de tomar la comida del recreo (los niños que
la llevasen) y limpiarnos bien la boca y las manos después. Cada vez que
queríamos ir al baño debíamos avisar a la profesora y ella nos daba permiso y
el papel del baño (supongo que el papel lo administraba ella para evitar
posibles caos en el baño). El mandilón nos lo teníamos que poner después de
sacarnos el abrigo y dejarlo en el perchero, ya que con el evitábamos
mancharnos la ropa y esto favorecía que tuviésemos una mayor higiene personal.
Lo llevábamos a casa a lavar una vez a la semana, aunque si la profesora lo
veía muy sucio antes de que esta finalizase nos lo mandaba llevar para que lo
lavasen en casa. Yo me quedaba a comer en el comedor ya que el horario de mis
padres y el mío no eran muy compatibles. En el comedor teníamos un aseo muy
grande con muchos lavabos y un gran espejo donde íbamos antes de comer. Durante
la comida las cuidadoras del comedor supervisaban que comiésemos todo y que
masticásemos mucho la comida para evitar atragantamientos o que nos sentase
mal. Al acabar de comer volvíamos, por turnos, al lavabo; allí teníamos un
neceser con pasta de dientes, cepillo de dientes y un peine, con ello nos
aseábamos y después nos íbamos al patio. Por otro lado en el horario escolar,
todos los viernes teníamos que tomar el flúor, un líquido rosa el cual recuerdo
que solo queríamos porque nos hacía perder clase, pero no soportábamos su
sabor.
Mis etapas de infantil y
primaria en el sentido de la higiene y salud eran bastante similares y se iban
diferenciando más cuanto más alto era el curso.
En la etapa de educación
secundaría ya era distinto, ya tenía una edad que no necesitaba la supervisión
constante, y la información de como debía hacer con mi higiene y salud ya me la
habían dado en las etapas anteriores, ese era el momento de ser independiente y
poner el práctica todo lo aprendido años antes.